sábado, septiembre 17, 2011

EL LIBRO DE COVINGTON (I) Relato de ficción

 
 
  

I


Era una cosa interesante, pero ella nunca había pensado que iba a formar parte ella. Había crecido viendo como sus padres llevaban aquel negocio familiar que una vez perteneció a su abuelo paterno y que tras la muerte de este ellos tomaron sus riendas. Marina había crecido con la presencia perenne en su vida de aquel pequeño establecimiento dedicado a los libros antiguos y de ocasión. Su madre desde bien joven entró allí como dependienta para ayudar a sus abuelos y ella siempre vio a su familia- su padre también comenzó a trabajar allí una vez se hubo casado- en aquel orbe de libros raídos y carcomidos dispuestos en estanterías que atravesaban el local. Para Marina daba igual que los libros fuesen nuevos, viejos o antiguos, ella siempre había visto libros de segunda mano, de veinte, cuarenta, sesenta o hasta cien años atrás (o más) casi siempre, y para ella desde pequeña no tenía importancia que los libros que leía algún día al hacerse mayor los dejase de leer por que sabía que existía la posibilidad de que aquellos libros algún día fuesen propiedad de otros niños si se conservaban en un estado lo suficientemente bueno, y podían durar años y años y pertenecer a generaciones y generaciones de niños a lo largo del tiempo. De pequeña, Marina creía que eso siempre era así, que el destino de todos los libros del mundo no era morir en papeleras ni en bolsas de la basura, sino perdurar en el tiempo si se les trataba con cariño. Por eso ella siempre quiso mucho a los libros y se aficionó tanto a la lectura, un hábito que no había dejado cuando entro a trabajar en la librería de ocasión de sus padres a los treinta y un años de edad. De todos modos, Marina no tardó en aprender que el destino de la mayor parte de los libros no era el que ella creía, ya que estos casi siempre terminaban perdidos o desarmados después de treinta, cuarenta, cincuenta años, cuando pasaban a diferentes generaciones y las nuevas perdían el interés en los libros antiguos y los tiraban, eso si corrían la suerte de durar varias décadas sin desperfectos.

Marina siempre fue consciente que aquella librería de su familia no era como las otras que conocía; allí no se vendían ni las últimas novedades editoriales ni los best seller de Clancy, Grisham, Tom Wolfe o Stephen King, ni nuevas ediciones de clásicos de la literatura, ni libros de texto de los cursos actuales, ni libros de auto ayuda, ni libros de cocina ni dada de eso, allí ella vio ejemplares de los años veinte de Pantagruel de Rabelais en francés, pequeños ejemplares casi de bolsillo de Peter Pan  de los años cuarenta, enciclopedias enteras de los cincuenta como la Durvan, una edición escolar del Quijote de los sesenta, un bello ejemplar de los Cuentos de Canterbury en español de los años diez, libros de urbanidad y buenas costumbres, un ejemplar en alemán de Der Zauberberg de Mann de los años veinte (posiblemente de las primeras ediciones) y todo un contingente de libros usados una, dos, tres o las veces que hiciese falta que llegaban a aquella tienda por medio de vendedores de toda clase y procedencia y que a su vez hacían llegar a compradores de todo tipo, edad y condición, aunque no tantos como en una librería “normal” . A ella desde pequeña cuando le preguntaba en que trabajan su abuelo o sus padres  ella contestaba que “en una librería” porque no estaba del todo segura si la gente entendería que su familia se dedicaba a comprar y vender libros antiguos y viejos de los que había personas que incluso nunca habían oído hablar.  Marina a los 31 años llevaba varios meses sin trabajo, y entonces sus padres el propusieron entrar a trabajar en la tienda de libros de ocasión, algo que ella nunca se había planteado. No era que despreciase aquel negocio, era simplemente que ella siempre había considerado que aquella peculiar ocupación desaparecería cuando sus padres se jubilasen porque a la gente cada vez le gustaban menos los libros. Estudió económicas y tras trabajar varios años se vio en la calle; aquel lugar llamado por su abuelo Rojo y Negro - Libros de Ocasión era la única salida que se vislumbraba.    
       
Había pasado casi año y medio desde que Marina entró a trabajar en Rojo y Negro y aquello que no le parecía tan fascinante como a muchos de sus amigos, amantes de la lectura como ella, que la envidiaban por tener una ocupación tan peculiar e inusual; tal vez porque ella lo había vivido desde pequeña como una parte consustancial de su vida, pero tampoco podía negar que sentía un especial placer por aquel empleo que le facilitaba el trato con el público -algo que a ella le gustaba- y estar en contacto con aquellos objetos tan entrañables que eran los libros en una sociedad que parecía haberse olvidado de la letra impresa en favor de los últimos inventos digitales: esa era la parte mala del asunto, no sabía cuanto podía durar eso y si iba a ser su propio negocio cuando sus padres se jubilasen. Desde algunos años atrás sus padres decidieron que el establecimiento tuviese una página web; era uno de las escasas librerías de ese tipo en aquella capital de provincia y pese a ser ampliamente  conocida entre clientes de la zona y lugares limítrofes, así como de todo el país e incluso de aficionados extranjeros a libros antiguos (Rojo y Negro era una tienda con más de 50 años) era necesario ampliar el público y entonces comenzaron a hacerse compras por internet. Ya antes de entrar a trabajar allí, Marina había ayudado a sus progenitores a poner en marcha esa web y seguía con interés todas las compras que allí se realizaban. Una vez comenzó a trabajar allí, el comprar y vender por internet era ya algo rutinario, pero seguía teniendo su pequeño gramito de interés, sobre todo cuando había en venta ejemplares más raros de lo habitual, aunque verdaderamente pocas veces en la historia de Rojo y Negro se había puesto en venta algún libro especialmente raro o inusual, de esos que atraen como un enjambre de moscas a coleccionistas de todo el mundo. Pero un mensaje turbó un día lo que era el día a día sin sobresaltos de la librería, o al menos desde el punto de vista de Marina.

El mensaje decía así:
  
I have seen you have a book in your bookshop that is of my interest, but I can´t say to  you now which is; I´m afraid you didn´t know you were in possession of this book. I will tell you why when I´ll arrive to your city in a few days.

Nicholas Carmichael
Liverpool, UK

(He visto que ustedes tienen en su librería un libro que es de mi interés, pero no puedo decirles ahora cual es; me temo que ustedes no sabían que estaban en posesión de ese libro. Les explicaré por que cuando llegue a su ciudad en unos días.

Nicholas Carmichael
Liverpool, UK)


Marina no tenía ni idea a que libro se refería este tal Nicholas Carmichael. Había en ese momento unos 400 ejemplares en la tienda, todos ellos listados y reseñados en la web. Aunque ya casi se sabía todo el catálogo de memoria, lo repasó aquella noche en su casa por si había algún ejemplar incunable que se le había pasado, pero corroboró algo que ya sabía, que no había ningún libro raro o incunable. Entonces solo cabía pensar que el interés del comprador inglés sería sobre algo más normal y ordinario,  como podía ser el Para nacer he nacido de Pablo Neruda en una de sus primeras ediciones, El coronel no tiene quien le escriba en la edición de una conocida editorial española ya desaparecida, o un Quo Vadis de Sienkiewicz parte de una colección sobre escritores premios Nobel; o, por que no, aquel ejemplar tan curioso de una libro de Tintín en francés, en formato apaisado, que ella jamás vio de tal guisa en ninguna librería, puede que fuese aquel, ya que los cazadores de tebeos, aunque no eran muchos (de hecho en Rojo y Negro nunca tuvieron muchos libros de cómics) eran bastante fanáticos e insistentes y eran capaces de recorrerse kilómetros y kilómetros tras la pista de alguna rareza. Pero sea lo que fuese, nada justificaba  secretismo y misterio.

Tres días más tarde, Marina recibió un nuevo mensaje de Carmichael, cuya dirección remitente estaba oculta. Iba a personarse en la ciudad el próximo martes, dentro exactamente de cinco días. No daba más explicaciones, ni ninguna dirección de  email de contacto, ni ningún teléfono, ni tan siquiera señalaba donde y como se produciría el encuentro cuando llegase. Marina pensó que esos detalles los señalaría en mensajes sucesivos, aún así le inquietaba tanto oscurantismo. Estuvo buscando por internet algo sobre ese Nicholas Carmichael de Liverpool, no encontró nada. También miró en Facebook, había demasiadas personas con ese nombre y muy pocas pistas para conocer si era  el Carmichael que buscaba. Decidió finalmente no darle demasiada importancia a todo aquello, el asunto a pesar de todo no merecía preocupación: ese tío llegaría en avión, tomaría un autobús o taxi hasta la ciudad y después daría con al tienda, aunque Marina esperaba que la dijese la hora en la que iba a aparecer en el establecimiento o al menos tratase de concertar una cita.

Al día siguiente Marina recibió otro mensaje de Carmichael. Quería acudir a la tienda después de que esta cerrase y preguntó si eso era posible, adjuntando para la respuesta una dirección de correo electrónico que tenía bastante aspecto de haber sido creada uno o dos días antes y que lo más probable es que no se tratase de su dirección email habitual. Marina le contestó que no veía la razón para hacer eso y que si deseaba comprar o mirar algo que acudiese durante el horario normal del establecimiento. La respuesta de Carmichael llegó pronto:

It´s very important to do the deal without anybody else watching us. I beg you to do an exception with me, I will appear shortly after you have closed the bookshop. I want to arrange an appointment with you in some place near there, please choose yourself the hour. Yours sincerely.  Nicholas Carmichael.
        (Es muy importante hacer el negocio sin que nadie más nos vea. Le ruego que haga una excepción conmigo, me presentaré nada más haya cerrado la librería. Quiero citarme con usted en algún lugar cercano a ella, por favor escoja usted la hora. Suyo atentamente. Nicholas Carmichael). 




II


Eran las ocho y diez minutos de la tarde y Marina estaba esperando en el mayor parque de la ciudad. Aún era de día y se veía bastante gente paseando en un día no muy soleado pero cálido, propio de la zona en el mes de junio. La cita con Carmichael era junto a una de las estatuas más típicas del parque y por extensión de la ciudad; no tenía pérdida habiendo visito alguna fotografía por internet y con un buena guía o plano de la localidad. Marina supuso que el comprador inglés habría llegado al aeropuerto por la mañana y que habría pasado parte del día en la ciudad, pero desconocía cuantos días se iba a quedar allí y si había reservado habitación en algún hotel. No sabía nada de aquel hombre ni que era exactamente lo que quería. Ni tan siquiera estaba segura de haber hecho bien accediendo a quedar con el, en horas fuera de trabajo, teniendo que acudir de nuevo a la librería cuando ya había cerrado al público y sin que sus padres, los propietarios del negocio, supiesen nada ya que estaban de vacaciones. Vio aproximarse a un hombre de entre cuarenta y cuarenta y cinco años alto, delgado, de pelo entre rubio y pelirrojo que en la lejanía parecía corto pero que al acercarse comprobó que se trataba de pelo largo recogido en una coleta, gafas, camisa blanca, pantalón marrón oscuro y una especie de macuto colgando de su hombro. Coincidía con la descripción que le pasó dos días antes, era Nicholas Carmichael.

Nicholas Carmichael solo chapurreaba el castellano, aunque decía dominar el alemán y el francés, además de conocer algún que otro rudimento de otras lenguas. La presentación y el resto de la conversación se desarrollaron en la lengua de Shakespeare. Dijo dedicarse a la enseñanza secundaria en un instituto de Liverpool, y que el coleccionismo bibliográfico era para el un hobby desde hacía años. Había viajado a varios países en busca de libros, pero desde hacía tiempo andaba buscando uno en concreto.  Hablaba tranquila y pausadamente pero Marina también le denotaba cierta ansiedad e incluso entusiasmo contenido, aunque parecía querer guardarse de mostrar sus sentimientos semi eufóricos o más bien parecía querer reservarlos para otro momento. No quiso a adelantar a Marina anda hasta que llegaron a la librería, que no se encontraba lejos del parque y a la cual pudieron llegar andando.

    El coleccionista nada más llegar a Rojo y Negro empezó a ver y ojear algunos de los ejemplares del establecimiento, antes de que Marina pudiese hacerle alguna pregunta. Esto le puso bastante tensa a la joven, que observaba entre enojada e intrigada a Carmichael agarrando libros por aquí y por allá y ojearlos, a veces con rapidez y otras veces con parsimonia. Pasaron así unos tres o cuatro minutos, hasta que el coleccionista de cabello pajizo dejó de ensimismarse con los libros dirigió su mirada a Marina:     
- Le voy a decir que es lo que deseo, el libro que llevo casi tres años buscando. Es un libro que usted no sabe que tiene en su tienda, pero sé perfectamente que esta aquí
Marina preguntó como sabía que había en la librería un libro del que ella misma ignoraba su existencia, siendo además imposible que hubiese algún libro no catalogado e identificado. Se trataba de un libro escondido, según la respuesta del coleccionista. Un libro adquirido allí hace más de cincuenta años y cuya última pista conocida se perdió precisamente en esa misma ciudad. Para él estaba claro que ese libro se encontraba en esa librería, escondido, como había estado siempre. Habían sido para Carmichael tres años de búsqueda en diferentes librerías de ocasión de Francia y España, y todo hacía indicar que aquel libro se encontraba en la librería Rojo y Negro.  “Así lo decían las pistas”. Marina no sabía a que se refería con las pistas y cada vez le parecía más enigmático aquel sujeto
-  Es el único libro de Sir Guy Covington, el genio incomprendido del siglo XIX.  Solo imprimió una copia y no lo tituló ni nadie sabe que es lo que contenía exactamente, salvo la vaga noción de que describía sus viajes por las maravillas del mundo, desde Europa al lejano oriente. Siempre se ha dicho que pudo ser  como una guía de viajes o algo por el estilo, pero nunca se ha sabido a ciencia cierta. A mi el caso, que algunos califican como de patraña o leyenda, me lleva fascinando desde mi adolescencia, pero solo hasta hace relativo poco tiempo decidí emprender su búsqueda seriamente, cuando tuve la convicción de que el Covington Book existía   


Según Nicholas Carmichael mucha gente en Gran Bretaña cree que aquel libro, de existir, no fue leído por nadie, pero otros muchos aseguraban que varias personas, cerca de una decena llegaron a leerlo antes de que desapareciese cinco años después de ser impreso en Manchester en 1877. Se dice que en aquel libro una nota en la primera página avisaba a los lectores que no revelasen a nadie lo que habían leído. Se decía también que aquel libro sin título era tan hermoso que todo aquel que le leía caía en un estado de alteración del ritmo cardiaco, vértigo, confusión y cuasi éxtasis: era el síndrome de Stendhal. El propio Covington lo hizo desaparecer en 1882 aprovechando uno de sus frecuentes viajes por Francia, temiendo que muchos editores le solicitasen otras entregas de aquel supuesto libro sobre las maravillas del hombre, el arte y la tierra a lo largo de milenios de historia. Sir Guy, tal vez no queriendo verse envuelto en tanta responsabilidad, como lA que vivió con su libro cuya preparación le consumió bastantes años de su vida se deshizo del libro. Poco después fallecería con solo 35 años.

A Marina aquella historia le sonaba a cuento barato, a argumento de best seller de intriga histórica como muchas otras de nulo valor literario pero enormes ventas. Francamente, tampoco se imaginaba como ese libro hubiese ido a parar a la librería de su familia y de existir, donde se encontraría. Le estaba entrando la tentación de mandar a la mierda a Nicholas Carmichael, pero se contuvo. No habría recorrido tantos kilómetros para nada.



CONTINUARÁ

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