sábado, abril 24, 2010

LA MIRADA DE ALFANHUÍ (y II)


Prosigue el análisis de la inmortal novela de Rafael Sánchez Ferlosio Industrias y Andanzas de Alfanhuí


El viaje de Alfanhuí


¿Qué sentido tiene la historia de Alfanhuí? ¿Que es lo que significa exactamente? Su estructura, como una especie de novela de camino, parece señalar que se trata de una suerte de crónica de viaje iniciático, el de un niño que busca el sentido al mundo que le rodea, y lo haya mediante dos formas, el hallazgo de lo extraordinario y la captura de los colores, de todos los colores posibles que existen y que el desea captar en su pureza, en su imposible (aunque posible para él) inmaterialidad. El de la búsqueda de la felicidad mediante la obtención de lo bello y lo extraño (elementos que pueden estar separados, unidos, y en todo caso, con el color y la luz presentes de manera más o menos significativa), es para muchos críticos y estudiosos de la obra un aspecto esencial y básico del personaje, por no decir- y ya según mi opinión- el central. Pero es más dudoso el hecho de que las aventuras de Alfanhuí constituyan un viaje de maduración, aún admitiendo el evidente carácter de crónica de camino de la novela. Varios críticos señalan que el viaje de Alfanhuí por las dos Castillas y Madrid tiene evidentes concomitancias con la Odisea de Homero, y no les falta razón: Alfanhuí realiza un viaje en donde se topa con sucesos fuera de lo común y con personajes asaz irreales, aunque vistos así desde un determinado prisma (un hombre-marioneta, un gigante, una anciana que cuando le entra la fiebre incuba huevos, una bruja y una monja enterradas en dos tumbas próximas, unos bueyes que entonan letanías…) y finalmente llega a su destino, en su caso una especia de isleta fluvial poblada de alcaravanes que chillan su nombre. Allí se acuerda de su maestro, el hombre que le dio nombre y perfeccionó hasta el máximo su carácter innato de explorador de lo sobrenatural, de sesudo y silencioso alquimista de las cosas, conocimientos con los que viajará por Madrid y Castilla para encarar una realidad que podría ser demasiado aburrida y mediocre, pero que termina no siéndolo en absoluto. El viaje concluye cuando el niño llega a un lugar natural poblado de aves libres, como él, ya que Alfanhuí es un ser nómada y volador, una criatura salvaje e inocente como un ave; allí le recibe también el arco iris, los colores que el siempre amó en su estado superlativo: no cabe duda que Alfanhuí ha llegado a su verdadero hogar.


En efecto, Alfanhuí es la crónica de un viaje, pero más que de iniciación o de maduración, se trata de un viaje de búsqueda del destino. En realidad, Alfanhuí experimenta pocos cambios personales desde el comienzo hasta el fin de la novela, ya que desde las primeras páginas, el protagonista ya posee ese insólito carácter entre observador silencioso y diligente experimentador de la naturaleza con el que termina en la historia, lo que hace en realidad es buscar su lugar en la vida. No se conforma con lo cotidiano y nunca será capaz de ver nada que sea de principio a fin normal. Cuando los desconfiados aldeanos destruyen todas las pertenencias de su maestro (las cuales fueron la primera fuente de completa felicidad para Alfanhuí) y este muere, la dicha de Alfanhuí corre serio peligro de desaparecer. El regreso al hogar materno solo le supone melancolía y depresión (no es capaz de encontrar nada allí que le haga feliz), hasta que decide recorrer mundo en busca de algo que no se explica, pero que al final terminamos averiguando. Alfanhuí busca el sentido a su vida, el sentido a su infancia en donde la inocencia tiene que verse alimentada con el conocimiento de las nuevas cosas, el descubrimiento y la contemplación de la belleza. Alfanhuí en su vida provinciana en una aldea de Castilla (¿o tal vez sea La Mancha?) estaría condenado a la mediocridad y a la nada, pero su afán desmedido por descubrir el lado insólito de las cosas le llevará mucho más allá, le llevará ante la presencia de cosas que muy pocos seres humanos pueden contemplar o apreciar. Alfanhuí, el niño de los ojos amarillos, puede ver lo prodigioso, y el lector también puede verlo con él, aunque no se sepa a ciencia cierta si es que las cosas son realmente así o son como Alfanhuí las ve.



Raíces de una historia


El debate sobre cuales fueron las fuentes y las influencias de Alfanhuí resulta siempre muy rico y apasionante, ya que el autor ha dado siempre escasas pistas sobre ello, lo que mantiene aún vigentes las elucubraciones de la crítica tras casi sesenta años de la publicación de la novela. Se ha dicho que Alfanhuí es una especie de nueva novela picaresca, por el hecho de ser su protagonista un niño que va de tutor en tutor, pueblo a pueblo, tratando de sobrevivir. Parece evidente que se nos está comparando el Lazarillo con Alfanhuí, pero la novela de Ferlosio, si se compara con el Lazarillo y con cualquier otra novela picaresca española, es algo muy diferente a estas. El hecho es que Alfanhuí prácticamente no comete ningún acto de picaresca ni trata de vivir a costa de los demás, el rasgo definitorio del pícaro español del Siglo de Oro, simplemente actúa según su (extraño) criterio sin tratar de engañar a nadie. Puede que al igual que Lázaro de Tormes, Alfanhuí en su soledad por el mundo adelante (sin la referencia paterna - materna) se vea obligado a comportarse como un adulto y a aprender a valerse por si mismo (Alfanhuí ejerce tres oficios en la novela y aprende otros dos harto complicado para un niño, además del hecho de tener que vivir en una pensión durante su estancia en Madrid), pero aquí no hay picaresca alguna. No obstante, sería injusto descartar a Lazarillo de Tormes, como una de las influencias de Alfanhuí: a parte de la más que evidente inspiración en la estructura de la obra (más que La Odisea, pese a que en el clásico homérico parece haber tomado el concepto de viaje extraordinario), ya hemos señalado los anacrónicamente largos títulos de los capítulos como una más que evidente filiación de la literatura española del Siglo de Oro y del Lazarillo. Y, en fin, tampoco resulta descabellado mencionar a Don Quijote como una de las múltiples fuentes de la novela, especialmente a lo tocante con el viaje del protagonista (por tierras castellanas) y su visión idealizada, fantástica y “alternativa” de la realidad.


Como novela fantástica, Alfanhuí, se inspira claramente en multitud de referencias. Generalmente, crítica y estudiosos han señalado la poderosa influencia de los apólogos orientales y de la fantasía oriental en general en la primera parte del libro, en donde las descripciones- especialmente desde el momento en el cual Alfanhuí llega a Guadalajara para ponerse bajo la tutela del maestro disecador- son de una riqueza superlativa y en donde se logra plasmar la belleza de las cosas de un modo magistral. Pájaros vegetales, serpientes de plata y árboles de hojas de colores se dan cita en unos capítulos de alucinante factura, presididos por la descripción metafórica y poética. Si en la primera parte, la fantasía es esencialmente lírica, en la segunda y tercera partes- sin abandonar el tono poético- predomina el inserto del elemento fantástico dentro del realismo y del costumbrismo y por ello con un tono de cuento de hadas tradicional pasado por el tamiz de lo cotidiano. La segunda parte, transcurrida en su totalidad en Madrid, parece beber del esperpento de Valle Inclán, del surrealismo de la primera mitad del siglo XX, y como señaló en su momento Juan Benet Goiria, a la Comedia del Arte. En efecto, en el Madrid que visita Alfanhuí todo es una pantomima, un teatro, un simulacro, una falsedad. Una ciudad de juguete, una capital que en realidad es una localidad de provincias, un lugar miserable con una grotesca máscara de grandeza; en resumen, un escenario demasiado confuso para que una mirada como la de Alfanhuí pueda correctamente escrutar lo insólito y lo fabuloso, ya que todo es una esperpéntica y siniestra maraña de irrealidad. El tono lúgubre en esta parte segunda va in crescendo y es inevitable referirse al poso siempre terrible de los relatos de los hermanos Grimm, aunque al final una mezcla de espíritu valleinclanesco y de surrealismo parece adueñarse de la función, todo ello catalizado por el extraño y desconcertante personaje de Don Zana. En la tercera parte, volvemos al ambiente rural, con el elemento fantástico más contenido pero también altamente evocador.


Der: Ilustración original de Jesús Gabán

Otras muchas referencias de la literatura fantástica o infantil se podrían citar como inspiradoras de Alfanhuí, como por ejemplo El Principito, ya que el tema de la mirada inocente de la infancia es capital en esta novela, aunque de una manera diferente a la obra de Antoine de Saint-Exupery: la visión de Alfanhuí no es pura como la del Principito, si bien es inocente también, esta es simplemente interesada y utilitarista, personalizada y un tanto egoísta. Al igual que Pinocho, Alfanhuí se ve obligado a hacer su vida en solitario en su más tierna infancia y se va topando con lo fabuloso en un identificable y localizado mundo real (Castailla para Alfanhuí y en el caso del muñeco de Collodi la Toscana italiana). En el tema del niño solo en mitad del mundo de los adultos, no sería descabellado referirse a Oliver Twist de Charles Dickens, si bien Alfanhuí no es ese Oliver desvalido y vulnerable en el terrible Londres decimonónico, si no un niño cuya inteligencia e imaginación le son fundamentales no solo para sobrevivir sino para ir aprendiendo nuevas cosas que por disparatadas y extrañas que parezcan le pueden ser muy útiles.



Fondo y forma


El estilo literario de Industrias y Andanzas de Alfanhuí esta sustentado en una prodigiosa combinación y yuxtaposición de la descripción (metafórica en la mayoría de las veces) y la narración. La riqueza expresiva y descriptiva en esta novela es enorme, como su habilidad a la hora de trasmitir sensaciones de movimiento, de irrealidad, de sentimientos del protagonista. En la primera parte, todo esto aparece sublimado y un tanto engolado, en las dos siguientes, lo costumbrista va ganando terreno, pero siempre está ahí presente lo raro y lo insólito. Para ello, Sánchez Ferlosio toma el traje del escritor realista y se esfuerza en presentarnos un Madrid cotidiano y castizo pero al mismo tiempo decadente y grotesco, combinando la anécdota cotidiana con lo fantástico (la historia y vida de Doña Tere y su familia contada a Alfanhuí, que de la crónica rural ordinaria pasa al relato insólito en un abrir y cerrar de ojos). Algo similar hace el autor en la tercera parte. No hay muchos diálogos en una novela en donde tampoco son muy necesarios. Alfanhuí es una de las obras de la narrativa española del siglo XX más magníficamente escritas, en donde dentro de un matiz hay otro, que va acompañado de otro y dentro de estos, otros más.


Alfanhuí sustenta su carácter enigmático y un tanto críptico en la parquedad y ambigüedad con que trata a sus personajes, además de en su desconcertante carácter de irrealidad. Desconcertante por que estamos en una fantasía que vive en la realidad de todos los días, o tal vez en una realidad alojada en la fantasía. No lo llegamos a saber nunca. Como tampoco hay manera de conocer el nombre real de Alfanhuí (referido antes de su bautizador encuentro con el maestro como “el niño”), ni tampoco su edad (¿10-12 años, a juzgar por su carácter y forma de hablar?). Tampoco se sabe a ciencia cierta la época en la cual se desarrolla la historia; parece que no nos encontramos a principios de los años 50 del siglo XX (fecha de cuando se escribió el libro), sino en una época pasada, a juzgar por algunos pasajes de la parte desarrollada en Madrid, donde se habla de que aquello ocurrió en “el tiempo en el que (en Madrid) había geranios en los balcones, puestos de pipas en la Moncloa, rebaños de ovejas churras en los solares de la Guindalera”. Puede no obstante que esto sea solo un trampantojo atemporal: no son pocos los elementos que nos dicen que efectivamente estamos en los años 50 (por ejemplo, la conversación de los adolescentes que Alfanhuí encuentra nada más llegar a Madrid, según el autor llena de diminutivos y al parecer versada sobre motos), pero por otra parte no hay que olvidar que el Madrid de Alfanhuí es un Madrid de cartón piedra, un teatro de marionetas, y como tal manierístico y atemporal. Aquí el tiempo no transcurre como es debido, en cierto modo, como en toda la novela. También resulta enigmática la localización concreta de muchos escenarios; por ejemplo, no se sabe con certeza si el pueblo natal de Alfanhuí esta en La Mancha (provincia de Guadalajara) o en alguna zona de Castilla-León (¿Segovia?). Es evidente, no obstante, que la estancia con el maestro taxidermista transcurre en Guadalajara capital y que la tercera parte se desarrolla prácticamente por toda Castilla (exceptuando la zona que antes formaba la extinta región de León, terminando en el norte de la misma, Palencia. El pueblo de la abuela, Moraleja, (uno de los pocos nombrados) es ficticio, no parece probable que se trate de San Pablo de la Moraleja en Valladolid. La simbología de su nombre es evidente: allí Alfanhuí trata de buscar una conclusión digna a sus frustrantes andanzas y experiencias en Madrid.




Personajes y mundos


Alfanhuí como personaje central de la novela no puede resultar más dualista: frío y esquemático por un lado y activo y rico en vida interior por otro, un pequeño adulto aunque demasiado inocente para serlo o un niño superdotado que por eso mismo no puede ser un crío normal. Su relación con el mundo se basa en buscar, encontrar y observar (no siempre en este orden), y llegado el caso, actuar, cuando encuentra algo con lo que puede satisfacerse. Alfanhuí busca el disfrute en la contemplación de la belleza, generalmente por él producida. Pero no es una belleza como otra cualquiera es una gran belleza generada por lo extraordinario y lo que se sale de lo normal. Alfanhuí no siempre es el productor de esos prodigios, a veces los hace la propia naturaleza (por increíble que le parezca al lector, pero no a él), u otras personas como su maestro o su abuela. La presencia, o más bien la mirada de Alfanhuí parecen alterar las leyes de la naturaleza. Son los ojos de un niño, en busca de lo que le llame poderosamente la atención. Toda la belleza de lo extraordinario para Alfanhuí esta en los colores, y no cesará hasta conocer todos, todos sus secretos. Cuando al fin lo consigue, en la herboristería de Don Diego Marcos, comprende que su búsqueda ha finalizado.


El resto de personajes de la novela mantienen casi siempre una extraña y a veces dual relación con el protagonista, evidencia de la dualidad de la propia obra, donde es difícil discernir que es cada cosa. A lo largo de la historia, Alfanhuí tiene varios maestros o tutores, el primero un ser tan imposible como el gallo de la veleta, un objeto inanimado que cobra vida sin que se sepa como. Con este personaje comienza la novela “El gallo de la veleta, recortado en una chapa de hierro que se cantea al viento sin moverse (…) se bajó una noche de la casa y se fue a las piedras a cazar lagartos “y es él quien acomete el primer experimento imposible de los varios que aparecen en la primera parte, la de las Industrias, antes incluso de que el maestro le enseña a Alfanhuí insólitos secretos para manipular la naturaleza. El gallo posteriormente alecciona a Alfanhuí como atrapar “la sangre del ocaso”, un tinte de color rojo proveniente de la lluvia las nubes rojas del poniente, tras haber aprovechado el primer descubrimiento del gallo, la herrumbre multicolor de los lagartos. Un ser fantástico es por tanto el primer maestro de Alfanhuí, del gallo de la veleta procede el gusto de Alfanhuí por los colores de la naturaleza y de el aprende vicariamente a alterar la naturaleza fundamentalmente por medio de la manipulación de los colores. No obstante, el protagonista nunca llega a sentir simpatía por la metálica criatura, demasiado cruel con los lagartos (Alfanhuí ama a los animales) y demasiado insignificante e inhumana para ser un verdadero maestro y amigo. Alfanhuí encontrará su verdadero mentor en al figura del maestro de Guadalajara.

El encuentro de Alfanhuí con el viejo maestro disecador ayudará al niño no solo a sublimar su técnica de alquimista de la luz, el color, de los animales y los vegetales, sino a aprender a amar la naturaleza de una peculiar forma. Alfanhuí es no cabe duda un niño superdotado que llevado por su infantil curiosidad se obceca en emprender extrañísimas acciones las cuales no parecen tener límite en su extravagancia, fundamentalmente por que su maestro se las permite y alienta, ya que es este no es más que una versión adulta de Alfanhuí. El maestro tiene los mismos intereses y gustos que su pequeño discípulo y ambos serán durante toda la hermosa primera parte totales aliados. El maestro disecador vive (y vivió desde niño) en un mundo irreal, donde precisamente su oficio es alterar la realidad haciendo volver simbólicamente a la vida a animales muertos; pero aún hay irrealidades de mayor calibre en el pequeño mundo del maestro: aves disecadas que cobran vida, serpientes de plata, pajarillos vegetales, y hasta una mujer disecada, la criada sin nombre. Pero, ¿es realmente así esto o es como Alfanhuí lo ve? En efecto, la criada disecada pese a tal condición es capaz de sonreir y de llevar a cabo acciones, pero su “destripamiento” por parte de un gato enfurecido nos recuerda que esta macabramente muerta y “rellena”. La visión nocturna de al danza de las aves disecadas del dormitorio de Alfanhuí muestra hasta que punto sueño y realidad pueden estar unidos en esta novela. Para Alfanhuí no hay diferencia entre ambas cosas, y tampoco para el maestro (prácticamente es como si fuese el mismo personaje en edades distintas), pero al final el mundo de la realidad se volverá contra él y acabará con su mundo y también con su vida. Es la cruel lección que aprende Alfanhuí, al de la intolerancia ante lo extraño, expresada por la ira de los lugareños contra el “brujo” que llena Guadalajara de seres extraños. A partir de ese momento Alfanhuí comprende que es preferible buscar lo extraordinario y quedarse allí para siempre.



Sin su maestro, Alfanhuí se siente desdichado, pero su melancolía termina cuando recupera la inocencia y entonces decide buscar una nueva vida en Madrid. Las industrias ya concluyeron, ahora comienzan las Andanzas, el protagonista ya no será durante mucho tiempo (hasta los últimos capítulos) un mágico científico, sino un pequeño aventurero que busca el sentido a su propia existencia tras haber perdido la posibilidad de seguir contemplando y viviendo lo maravilloso. Alfanhuí en sus andanzas encontrará también prodigios gracias a su tenacidad. En Madrid, se topará con su Némesis, con el único villano claro de la novela, Don Zana, que ejerce también de su tutor, pero este no es capaz de enseñarle nada de provecho en un entorno decadente y entonces Alfanhuí tendrá buscar por si mismo la belleza de lo anormal en un contexto putrefacto. No se llega a saber nunca si Don Zana es un hombre que parece una marioneta o una marioneta que parece un hombre; su descripción y figura están totalmente muñequizados (a la manera de Valle Inclán), pero es capaz de hablar y de moverse autónomamente en un mundo de seres humanos. El propio autor afirma que Don Zana despertó un día de un polvoriento almacén en el que se encontraba junto con otra marioneta que no pudo cobrar vida al igual que su compañero y da una descripción del personaje propia de un muñeco, aunque este, al fin y al cabo, se trata de un muñeco con vida que vive entre los humanos como si tal cosa. En el primer episodio de la segunda persona, se nos narra la historia de Don Zana apodado “el marioneta” y se dibuja a un personaje potencialmente antipático, que en su condición de muñeco vivo asusta a las gentes danzando por tejados y es propenso a las peleas con su dura mano de madera ya otros vicios de los humanos. Es muy posible que Don Zana sea una amarga crítica al chulo madrileño medio de la primera mitad del XX: el chulapo castizo como ser automático, sin moral, guiado por la ambición, con escasos principios pero al mismo tiempo carismático y querido por algunos por su condición de simpático caradura. El encuentro de Alfanhuí con Don Zana no puede ser más calamitoso, ya que el hombre marioneta muestra su irascibilidad y su violencia innata golpeando salvajemente a una mona con su temible mano de madera. Alfanhuí acepta no obstante que Don Zana le guié por Madrid pero pronto percibe el verdadero y amoral carácter del extraño personaje. Don Zana, una especie de cuidadano barriobajero medio estereotipado y caricaturizado en una suerte de Arlequín o Polichinela en una ciudad de Guiñol, obtendrá su castigo por parte de Alfanhuí cuando este, harto de su mediocre inhumanidad lo destroza como marioneta que es. Alfanhuí lo mata, pero no parece haberse convertido en un asesino, simplemente el cree que ha hecho lo correcto en el acto final de una simbólica obra de teatro en donde la máscara que representa al villano muere. El niño inocente frente a su odiado y horrible muñeco. Don Zana parece tener sangre, pero puede ser el tinte de los zapatas color corinto del personaje, o la sangre del propio Alfanhuí al herirse golpeando al duro muñeco de madera. Alfanhuí puede incluso que no haya matado a nadie.


La abuela es el tercer tutor de Alfanhuí, una vez este llega al pueblo de Moraleja. Esta anciana tampoco le enseña nada y el hecho es que al protagonista ya no le hace falta saber casi nada, salvo lo relacionado con los verdes de la naturaleza. La abuela de Alfanhuí actúa como un resquicio de cordura en una historia irreal y en donde nada parece estar demasiado claro, si bien esta anciana tiene también su capacidad de obrar portentos (la incubación de los huevos con su fiebre, por ejemplo). Intenta asentar a su nieto en el mundo real sin saber nada de sus portentosas habilidades y pensando que se trata de un crío como otros tantos. El regalo que le hace a Alfanhuí, el de las botas del difunto abuelo, parece corroborar el hecho de que Alfanhuí gracias a la abuela ya tiene “los pies en el suelo”, pero su casi mística experiencia con los bueyes que el niño comienza a cuidar en Moraleja señala a Alfanhuí que aún es preciso que siga aprendiendo cosas y descubriendo mundo. Don Diego Marcos, el herboristero palentino, será el último y desdibujado maestro de Alfanhuí, aunque aquí el niño es quien decide aprender por su cuenta, ya que Don Diego, su esposa y el mancebo de la herboristería no es más que seres normales y corrientes.


También tiene su significación personajes como Doña Tere, la simpática dueña de al pensión, una mujer sencilla que regenta una pensión de arquitectura imposible y en donde lo cotidiano convive con lo absurdamente surrealista (la bañera-huerto, la cabra en el cuarto de baño). Doña Tere es para Alfanhuí una figura más maternal que su propia madre (personaje muy desdibujado, dicho sea de paso) y pronto conocerá los antecedentes prodigioso de su familia, a través de la insólita historia de su padre. Junto a ella, la Silve, la criada de la pensión, un complemento de cotidianidad en el diminuto universo de la pensión.


Rafael Sánchez Ferlosio


Dos personajes de corte fantástico se antojan fundamentales. Uno es el gigante Heraclio, todo un dechado de humanidad y buenos sentimientos, una encarnación de la bondad y la amistad (es muy común en el mundo de la literatura la figura del “gigante bondadoso”), que le enseña a Alfanhuí el valor de los sentimientos y de las cosas que se aman, el valor de la vida. El único capítulo donde aparece es de gran belleza y sin utilizar ningún registro rimbombante y metafórico más que un cierto halo poético de regusto de cuento de hadas. Heraclio es una criatura incomprendida y odiada por su tamaño, pero Alfanhuí termina queriéndole. Y por otra, se encuentra el mendigo-naturaleza, personaje que aparece en un recuerdo de infancia del maestro. Este ser de indudable poso poético (representa como fácil puede adivinarse la naturaleza y su fuerza), es el maestro del maestro de Alfanhuí, es decir, al propia naturaleza es la fuente de sabiduría del maestro. La naturaleza es capaz de ofrecer cosas que nadie prevé que existan, como la piedra de vetas, y tanto el maestro como Alfanhuí tomarán cuenta de ello.



Y por la brecha salió el sol


Industrias y Andanzas de Alfanhuí merece un lugar de honor dentro de la literatura española. Jamás existirá otra novela capaz de gustar y conmover de la extraña manera de la que lo hace Alfanhuí. Todos los amantes de la literatura deberían leerla y sacar sus propias conclusiones, sobre los misterios de la infancia, la vida, la búsqueda de la belleza, la diferencia entre lo real y lo deseado. Jamás Castilla fue tan de cuento de hadas y jamás la fantasía en castellano fue tan real. Una historia precursora del realismo mágico, un relato de fantasía y surrealismo hecha obra pictórica, una novela sobre colores y sobre naturaleza, un tratado sobre ilusión y realidad. Una obra de arte.

1 comentario:

  1. Bueno moraleja no creo que sea ficticio, es mi pueblo, o basado en el

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