lunes, febrero 01, 2010

El aparatito de Lumiere - INVICTUS


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El viejo Clint Eastwood, en estado de gracia en la pasada década de 2000, se ha convertido en uno de los directores que más atraen al público en los últimos años merced al éxito de crítica y público de sus últimos trabajos como director, los mejores de su carrera. En esta ocasión, con la decisión ya tomada de abandonar su faceta interpretativa (ya lo veremos) después de la excelente El Gran Torino (2008), Eastwood acepta un proyecto de encargo, la adaptación de una parte del libro El factor humano, del periodista John Carlin, una crónica sobre los primeros días de Nelson Mandela en la presidencia de la República de Sudáfrica. Aunque no es la primera vez que la figura de Mandela llega a la pantalla, la expectación por ver a un actor interpretar al personaje en su madurez y en su faceta de presidente de Sudáfrica, era máxima. Morgan Freeman, productor de la cinta y promotor principal de esta adaptación cinematográfica (y gran amigo de Eastwood), es quien se encarga de dar vida con toda solvencia y convicción a este personaje calve del siglo XX. Esta película, conviene advertirlo por los siempre confusos mensajes que llegan desde la prensa, no es un biopic del presidente Mandela ni tampoco una crónica de sus años de presidente, sino la narración concreta de un episodio esencial de su vida y la de sus país, como fue la de el primer apso de al reconciliación entre negros y blancos de Sudáfrica gracias a la consecución del campeonato mundial de Rugby por parte de la selección de la República Sudafricana. Estamos pues ante una mezcla de drama, crónica histórica y filme deportivo resuelto con oficio y maestría por el gran Clint Eastwood, aunque en un tono menos brillante que en sus últimas obras maestras. Y es que a sus 80 años a Eastwood tampoco hay que exigirle el oro y el moro, que contra, con películas de tan buen hacer como esta, podemos darnos más que satisfechos a la hora de ir al cine.


El filme esta centrado en los esfuerzos de Nelson Mandela por buscar la dificilísima reconciliación entre la población blanca y la negra tras el fin del apartheid, un propósito que se convirtió en su gran obsesión, tal y como nos muestra excelentemente la película. El vehículo fue el equipo nacional de rugby, conocido como los Sprinboks, cuando el rugby era un deporte casi de uso exclusivo de los afrikaners (los blancos) y tanto dicho deporte como la selección nacional eran despreciados por los negros, ya que en el tiempo del apartheid era un símbolo de la segregación racial y de el abuso y la tiranía de al población blanca sobre la negra. Mandela tendrá solo un objetivo en aquel 1995: que los Sprinboks ganasen el mundial que se iba a celebrar en Sudáfrica y que el rugby se extendiese también entre la población negra, de esa manera se podría dar un paso firma en al gran reconciliación que aún estaba pendiente en ese país. Con Matt Damon interpretando al capitán de Sudáfrica Francois Pienaar, la película va fluctuando entre el drama, al crónica sociopolítica y la épica de la superación con el deporte del rugby como omnipresente telón de fondo. Los miedos, las dudas y las motivaciones de Mandela están muy bien dibujados por un Freeman inconmensurable que consigue que nos identifiquemos totalmente con el personaje y vivamos con intensidad sus ansias de triunfo en su empecinada empresa. No se puede decir lo mismo del personaje de Pienaar, que pese a los esfuerzos de Damon no logra ser ese pretendido reflejo del espíritu de un pueblo que intenta vencer al pasado, tal y como nos trata de narrar la historia. Eastwood demuestra una vez más que sabe manejar como nadie el drama trufado de cotidianeidad y relismo, aunque esta vez ante lo peculiar y específico del material no haya podido lucirse tanto. Hay mucho, pero que mucho rugby con escenas de partidos filmadas como si de batallas se tratase que puede que resulten cansinas para el público que no le gustan los deportes o que sencillamente no entiende ni papa de rugby, de hecho al escena culminante de la final es tal vez demasiado larga, aunque eso si, trufada de épica y emoción, si bien un poco engolada.


En fin, que Eastwood no ofrece película mala, aunque esta vez una historia tan poco usual como esta no sea el vehículo más adecuado para que Clint vuelva a emocionarnos como ya hizo en Million Dólar Baby, o El Gran Torino. El mensaje, no obstante, es claro: el poder del deporte como catalizador de las emociones humanas, lo cual no deja ser, por mucho que digan, una gran verdad.

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