viernes, enero 22, 2010

EL VIENTO DE PUNTA GALEA

Este pequeño relato lo escribí hace varios años, aunque en fechas recientes me he permitido cambiarlo y modificarlo ligeramente, con el fin de mejorarlo. Punta Galea, el lugar donde se desarrolla esta historia, es un hermoso paraje costero en el litoral vizcaíno, en Getxo, no muy lejos de Bilbao. Punta Galea representa para mucha gente la paz, la belleza. La tranquilidad y, por que no, la poesía, pero también la melancolía y la desesperación, ya que en épocas pasadas, cuando era un lugar más salvaje y menos frecuentado, era donde muchos vizcaínos iban a llorar sus penas en soledad, solamente en compañía del crepúsculo o del amanecer, del aire y del viento, y de las ruinas del antiguo fuerte costero que aun se conservan. He ilustrado el cuento con varias fotografías realizadas por mí y la mayoría post tratadas. Espero que os guste.



I


Tal y como aparecía en aquella fotografía no desmerecía nada de otros paisajes de cualquier otra parte del mundo que en algún otro momento fueron capturados por una cámara fotográfica. Podía encajar perfectamente dentro de la categoría de marinas a vista aérea, preferentemente al atardecer, donde una porción de tierra, ya bien sea isla, península costa o playa conformaba un contraste perfecto y casi geométrico con el mar, que podía aparecer tranquilo e inmóvil, o violento y oleoso. Imágenes de póster o de postal. De libro de fotografías. Siempre son los paisajes que mejor quedan en una foto. Todas esas fotografías tienen siempre una perfección manierista que realmente sobrecoge: la tierra, la costa siempre parecen perfectas, esculpidas; el agua, el mar, más azules que en cualquier día que se pueda contemplar ese paisaje; el cielo, si es que se ve, siempre tiene algo especial; y luego si aparece alguna construcción o edificio, por insignificante que sea, parece que forman parte connatural del paisaje, como árboles o rocas, como si hubiesen nacido con la isla, el cabo o la bahía.




Pero lo importante era que el paisaje que aparecía en aquella foto, en su versión real, y en ese momento y en aquella hora era idéntico al de la fotografía. Así era como se podía contemplar si uno se acercaba a el, parecía estar posando para alguna de esas instantáneas que trataban de captar su pocas veces perceptible esencia etérea. La luz, el cielo y el mar en perfecta sincronización. El parecido de la imagen real con la atmósfera casi idealizada de aquella foto no podía ser mayor. "La naturaleza es imprevisible, antes de que cambie hay que ponerse manos a la obra" pensó.



Eran algo más de las ocho de la mañana, pero el sol brillaba inusualmente. Aunque posiblemente la imagen fuese tomada más bien al atardecer, a primera hora de la mañana la Punta Galea real y tangible se asemejaba a la Punta Galea de la foto que él tenía en su habitación, sacada de un calendario. Fabio se había levantado al alba como casi todos los días aquel verano. Quería sentirse feliz aquel fin de semana después de unos días de esperanzadores cambios en su vida. Pero algo se lo impedía con fuerza aquella mañana de sábado, y no sabía muy bien por que. Tal vez aquel día estéticamente era demasiado perfecto para considerar que todo lo que le rodeaba era real. Era el Día Perfecto, con mayúsculas, aquel que desde hacía tiempo y en otro contexto esperó, en el día en que el sol iba a brillar más que nunca, el viento soplaría lo justo y el atardecer sería el más hermoso de todos. Lo que él había esperado en el pasado por fin había ocurrido, jamás pensó que eso sucedería. Muchas tentativas hubo antes, pero con la atmósfera caprichosa, al final siempre había algo que lo fastidiaba. Pero al fin aquel era el Día Perfecto.



Esa mañana, al recorrer en su bicicleta, como era en él habitual, la línea costera en aquel pequeño tramo que iba desde el molino de Aixerrota hasta el búnker abandonado, se había parado un momento y se había quedado mirando la “Atalaya del Ocaso”, como él la llamaba. En los atardeceres, siempre que el sol se ponía, a la vieja torre en ruinas le llegaban los últimos rayos del sol y la piedra marrón, erosionada y desgastada, se volvía dorada. Eso era lo que Fabio decía. "Parece que la atalaya se cubre de oro, como en su día Torre de Oro en Sevilla. Cuando hay menos gente allí, es cuando mejor se esta. Es decir, por la mañana temprano y por la tarde noche. Nunca he estado en Punta Galea por la noche, pero debe de ser increíble". "¿Nunca?". "No, nunca”. “Cuando sea el día apropiado, pasaremos la mayor parte del día cerca de allí.” La sola mención a aquel lugar hacía aflorar en él extraños recuerdos entremezclados y enmarañados en donde el pasado golpeaba como una ola el acantilado del presente. “Te voy a reglar una imagen que siempre he buscado, mi imagen favorita”. “Pero, ¿estas seguro de quieres hacer eso?”. “Si, hoy es el Día Perfecto…y no solo por ti, ya lo sé…bueno, perdóname, te tengo que dejar; ya estaremos, te lo prometo”.







II



La mañana era espectacular. “Tráete la mara de fotos, merecerá la pena. Pocos se dan cuenta que lugares así son únicos". "¿Por qué?". "Porque son las fronteras entre la tierra y el mar. Tu mismo te puedes convertir en frontera allí. Si vas a la parte más norteña de la punta, donde se termina la tierra y miras al horizonte solo ves el mar. Tú frente al mar, parece que lo sobrevuelas. Y luego miras atrás y solo ves la tierra, que parece que nace de tus pies y se va extendiendo. La atalaya y las otras construcciones que están al final de la punta siempre tienen una función especial que no se da ni si quiera en otros puntos costeros. Es un pedazo de piedra que sale de la costa y apunta al mar".



Aquel día había llegado ya. Fabio no quiso entrenarse con su bicicleta por la tarde. Había pensado dedicar lo que quedaba del día a acompañar a Lorena que había venido desde Madrid por vez primera a Vizcaya para conocer a la familia de Fabio. Pero por azares del sino ese día estaban ellos dos solos. Ella se había traído su cámara digital para captar las mejores imágenes de la naturaleza en la zona. Y Fabio le había hablado de Punta Galea y se la había enseñado, pero estaban buscando el Día Perfecto. La foto saldría formidable ese día.


Fabio y Lorena habían pasado la tarde caminando por los caminos y senderos de la punta, no yendo mucho más allá de donde comenzaba el camino rojizo que llevaba hasta el búnker en ruinas. Se paraban a menudo para mirar el mar, sentados en bancos de piedra. O en la hierba. Eran las seis de la tarde y Lorena sacó su cámara para fotografiar un espigón de piedra, enorme, basto y atroz que se veía desde lo alto de la punta. No era natural, pero podía parecerlo. Ella podía sugerir que aquello estuvo siempre allí, como el resultado de una erosión. O también podía convertir aquello en una obra de arte, en una escultura abstracta como las de Chillida. Eso, precisamente, era lo que siempre le pareció a Fabio. "Para ti todo es arte, todo es bonito o maravillosos. Consigues que todo parezca la hostia. Sin ver las fotos, ya las estoy viendo; como tú las ves. Claro que las cosas que tú ves... no sé por que, pero las ves siempre como yo".



Sacaron dos o tres fotos más por allí. Eran ya las siete y cuarto. Fabio quiso que sacase una instantánea donde apareciese la casi derruida atalaya. Le pareció un buen momento, con el mar de fondo cuando más brillaba. "No hay mucha gente por aquí. ¿Qué tal si nos metemos dentro y nos subimos lo más alto posible para sacar fotos del horizonte?" "¿Estas loca? Pasa alguien y damos la nota. Mejor vamos cerca del espigón. Allí podemos fotografiar una puesta de sol increíble"


Efectivamente, no había nadie paseando por los alrededores aquella tarde de verano en los confines de Punta Galea. Lorena dijo quela puesta de sol sería la última foto del día. Se dirigió hasta donde, como decía Fabio, se percibía la frontera entre tierra y mar y tú te conviertes en frontera. El se quedó bastantes pasos atrás. Ella se puso de cuclillas para tomar la foto, prudentemente no muy cerca del precipicio. Fabio miró atrás. El aparato que medía la fuerza del viento que se encontraba allí cerca dejó de moverse súbitamente. Le pareció ver que algo enorme resplandecía metros atrás, y sin decir nada se dirigió hacia la atalaya, de donde parecía proceder el resplandor. La vieja atalaya ya no estaba en ruinas ni cubierta de maleza. Sus paredes brillaban como el oro. Era el Día Perfecto. El cielo se había vuelto de un naranja intenso. Fabio se quedó un instante contemplando el prodigio y sus ojos se llenaron de lágrimas. Volvió hacia donde Lorena se había quedando sacando las fotos. Mientras caminaba oyó un grito detrás suyo, procedente de la atalaya, un grito angustiado y ahogado capaz de helar la sangre. Cuando llegó a la frontera, a las inmediaciones del precipicio, solo se encontraba la cámara de Lorena sobre la hierba, casi al borde del acantilado. "Pronto será de noche- dijo entre sollozos- y por fin veremos como es aquí la noche". Fabio cogió la cámara, el viento seguía sin soplar y nadie aparecía. Era el Día Perfecto.



Cerró los ojos. Los abrió y se vio con Lorena en el interior de las ruinas de la Atalaya del Ocaso. Serían las siete y cuarto de la tarde. Un viento fuerte azotaba la línea de costa. No era el Día Perfecto. "Hace bastante viento, pero la foto del horizonte puede quedar de puta madre". "¿No hubiese sido mejor sacar ahora la foto desde la frontera, como dices tú? Ya sabes, donde te conviertes en frontera". "¿Estas loca? Siempre he deseado estar aquí y no voy a desperdiciar la oportunidad. Subamos lo más alto posible". "Pero el viento...". "Déjalo, igual luego deja de soplar. La naturaleza es imprevisible".


Habían subido hasta la cima de la muralla que rodeaba la atalaya. El viento soplaba con más fuerza. Una fuerte ráfaga hizo que Lorena perdiese el equilibrio y la lanzó abajo, contra el mar. Fabio intentó agarrarla pero solo pudo sujetar la cámara, que se quedó en sus manos. Lorena gritó y su cuerpo desapareció zambullido en el mar. Fabio cerró los ojos. Volvió a abrirlos. Ahora estaba frente al mar, en la frontera. Detrás de él solo veía tierra que parecía que nacía de sus pies y se iba extendiendo. Ahora el viento soplaba.



"Tenías que haberte quedado aquí, en la frontera, justo aquí, entre tierra, mar y cielo. No tenías que haberla traspasado. La atalaya tuvo una función especial. Ya no. Allí se divisaba también la frontera. Pero tú y yo no debíamos estar allí. Hay cosas que nunca volverán a ser lo que eran, aunque nos gustaría que fuesen lo nosotros quisiésemos".


Fabio puso las fotos en la pared, rodeando a la foto sacada del calendario. Cinco de Lorena y una, el ocaso en el Cantábrico, suya. Que bonito quedaba el crepúsculo, desde la parte más norteña de Punta Galea, como a ella le hubiese gustado. Era una foto que ella quiso sacar y que seguramente ella hubiese sacado mejor, pero también le hubiese gustado, porque todo era como ella lo veía también. "Debí hacerte caso. Esto pasa cuando caminas por una frontera. Yo lo sabía y tu también. Los dos lo sabíamos. No sé por que, pero veías siempre las cosas como yo. Ahora algo nuevo para mi comienza, y se que lo entenderás. Perdona el haberte recordado tanto, pero hoy era el día que nosotros habíamos esperado, aquel que tú me diste, lo compartimos y se nos escapó. Necesitaba hacer esto, sin terminarlo jamás me hubiese sentido completo y feliz. Ahora por fin puedo ofrecer algo digno".



Ahora ya no resoplaba el viento con fuerza ni la mar estaba revuelta en el acantilado de la memoria. La foto de Fabio no solo se quedó en la pared de la habitación. “Esto es lo que te voy a enseñar cuando vengas aquí, no me importa si el día sea perfecto o no, yo ya te lo he regalado para que lo tengas por siempre; no te preocupes si cuando lo veamos no se parece mucho a la fotografía, los días siempre son diferentes”. Fabio se sintió por fin libre y feliz. “Ahora vamos a sobrevolar la tierra y el mar juntos. Eres lo mejor que me ha pasado desde hace un año, Virginia”

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