lunes, diciembre 19, 2011

El aparatito Lumiere THE ARTIST


 
 
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Una enorme voluntad de asumir riesgo en pos de ofrecer algo bello, original y diferente, un planteamiento cuidado, efectivo e inteligente, un calculado perfeccionismo, un sentido estético de altos vuelos y sobre todo un enorme amor al cine es lo que hace de esta inusual The Artist una irresistible obra maestra. En una industria cinematográfica donde la comercialidad y la taquilla rápida siguen imperando año tras año ofreciendo preferentemente cine espectáculo muchas veces simple y tontorrón, el que exista una película de estas características y además sea de lo mejorcito de este año que termina, es más que una buena noticia. The Artist, filme franco-estadounidense  rodado en blanco y negro y presentado como una película muda sin sonidos y sin voces, con música de fondo  y con los entrañables y caducos carteles de letras blancas sobre fondo negro, es un sentido homenaje al mundo del cine y a su historia, narrado a manera muy sencilla y falsamente ingenua e incluso infantil, casi como de cuento de hadas moderno se tratase, con una historia tragicómica y entrañable que remite a la inocencia de los felices años 20 -en los que se ambienta la mayor parte de la película- y a todo el candor que impregnó dicha alegría naïf en el mundo del espectáculo cuyo fiel reflejo fue el ya resplandeciente Hollywood primigenio de las películas mudas con Mary Pickford, Douglas Fairbanks, Rodolfo Valentino, Mae West o cómicos como Charles Chaplin o Buster Keaton. Una película que además pertenece al siempre estimulante género del “cine dentro del cine” y que se propone con este homenaje retro a las “silent movies” narrar una fábula sobre la importancia de adaptarse a los cambios y al transcurrir del tiempo, vistos aquí como fuerzas irrefrenables que si nos recibidas de al manera adecuada pueden acabar con uno: el paso del cine mudo al cine sonoro en 1929 es el ejemplo ilustrativo sobre esto al que recurre magistralmente esta película.

Resulta significativo que una película en donde la mayor parte del dinero es francés, lo mismo que su director y guionista Michel Hazanavicius, haya sido capaz de captar de manera magistral el espíritu del Hollywood en pañales de los años 20 y 30. Rodada en EEUU y con un reparto principalmente norteamericano salvo sus dos protagonistas franceses Jean Durjain y Bérénice Bejo (espectaculares, fantásticos), esta producción esta claro que rompe los prejuicios de que solo Hollywood es capaz de representarse fielmente así mismo o que los norteamericanos son los únicos que pueden contar su  propia historia: bienvenida sea la globalidad en el cine. The Artist  nos muestra la historia de George Valentin (Jean Durjain), un famoso galán de cine de fino bigote y blanca sonrisa que triunfa en los años 20. En un momento de su carrera conoce a la joven y bella aspirante a actriz Peppy Miller (Bérénice Bejo) a la cual aconseja y protege inicialmente y que con el tiempo se convierte en una estrella. Pero llega 1929 y con el cine sonoro además del crack de la bolsa y en definitiva toda una época de cambios (los años 30), auque el nuevo invento del cine hablado no convence a nuestro carismático y altivo divo protagonista y este se atrinchera en sus convicciones e insiste en seguir con el cine mudo cueste lo que cueste. La intensa relación personal entre George y Peppy y los cambios y evolución que experimentan ambos personajes a lo largo del filme marca el pulso narrativo de este en donde la crónica-homenaje, la comedia  slapstick  y el melodrama Hollywood a la vieja usanza se dan cita para ofrecer una historia cautivadora reforzada por el impagable espectáculo visual de sus imágenes en blanco y negro y su reconstrucción mas que fiel de los clichés del cine mudo, ofrecidos con cariño y trabajada delicadeza.

Resulta muy convincente la intencionadamente idealizada ambientación en los años 20 y 30 aunque parezca un tanto irreal a veces: no hay que olvidar que estamos ante un ejercicio de estilo hiperbólicamente manierista y todas esas licencias se entienden y en cierto modo, resultan incluso oportunas. El reparto norteamericano, a parte de los protagonistas, funciona muy bien con unos estupendos John Goodman, James Cronwell y Penélope Ann Miller. Todo el elenco artístico da la impresión de haber comprendido a la perfección la importancia en este filme del lenguaje corporal y ene se sentido el trabajo actoral es enorme. También es de mencionar la hermosa fotografía de Ludovic Bource y la música de Guillaume Schiffman, totalmente fiel a los cánones de las partituras del cine mudo. Una película divertida, disfrutable, a veces triste, a veces trágica, otras cómica pero siempre entrañable y con un mensaje final de optimismo y esperanza siempre dentro de sus parámetros de relato pretendidamente inocente. Un canto al amor, a la vida y al cine, un filme precioso que supone el mejor acierto para ir al cine estas navidades      

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