martes, enero 10, 2017

FRANTZ (FRANTZ)





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Un remake puede tener peso específico propio y a su manera puede superar a la película original, esto es lo que viene a demostrar el último film del siempre interesante François Ozon, una reescritura del guión de Remordimiento (1931) de Ernest Lubitsch. Aquella historia de la sanación de las heridas morales de la guerra con la difícil relación de los vencedores y los vencidos como trasfondo y que originalmente estaba vista desde el punto de visto de un ex soldado francés que regresa a Alemania después del final de la I Guerra Mundial para rendir homenaje a la tumba de un combatiente alemán caído que el conoció, es trasladada en Frantz a la óptica de los alemanes, los derrotados en aquella contienda, por medio del personaje de Anna (Paula Beer), la prometida de Frantz, el soldado alemán a cuya tumba llega desde Francia Adrien (Pierre Niney), el francés dice haber conocido a Frantz. Desde el drama más intimista, descarnado y humano y con una puesta en escena sobria pero muy bien ambientada al comienzo del periodo de Entreguerras y con un soberbio juego entre la fotografía en blanco y negro (en la mayor parte del extraje) y en color (en momentos significativos en la historia y en su mayor parte relacionados con pensamientos de los protagonistas o situaciones personales que suponen un punto de inflexión, además de falshbacks), Frantz es una coproducción francoalemana con el poderío formal y discursivo del cine francés y alemán (a partes iguales) contemporáneo y el encanto del mejor melodrama del cine clásico europeo que homenajea claramente especialmente en el aspecto visual.


Con un guión genialmente dispuesto y que mantiene su discurso propio respecto a la fuente original, el filme maneja magistralmente la combinación entre la tensión emocional y el retrato de la devastación psicológica especialmente en el personaje de Adrien, muy bien compuesto por Pierre Niney, siempre remordido por una culpa de ser un vencedor en un país, Alemania, contra el que luchó y a cuyos muchos de sus ciudadanos mató y en el que, como todos los franceses en aquella época, es odiado por ello. La especial relación que mantendrá con Anna y con la familia de Frantz será para el una especie de intento de redención aunque la tarea no es anda sencilla, mientras que la joven Ann, aún con el recuerdo reciente de Fritz, percibe la llegada de Adrien como una situación tan incómoda como liberadora para ella en el sentido de que se prueba a si misma ser capaz de ver a los enemigos de otra forma, a veces con sentimientos inesperados. La difícil pero cordial relación entre ambos protagonistas está muy bien plasmada y a ello ayudan las interpretaciones de Beer y Niney, con unos secundarios que están realmente a la altura. Uno de los escasos peros de la película pueden ser sus un poco acelerados instantes finales pero un final a la altura de las circunstancias nos confirma que esta es una película que llega sin la intención de pasar desapercibida.  

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