lunes, diciembre 24, 2018

DANTZA



 *** y 1/2                                                                                             

El baile en el cine documental (muy diferente su planteamiento en el cine de ficción) ha dado buenos momentos en las escasas ocasiones en las que este maridaje se ha efectuado -la serie de largometrajes de Carlos Saura, como ejemplo más paradigmático- y siempre que en lugar de los convencionalismos del largometraje tradicional se ha optado por el experimento y la utilización de la imagen y el sonido- esencia precisamente del baile- como elemento sublimador del trabajo fílmico en cuestión. Esta vertiente más o menos experimental es por la que ha optado Telmo Esnal a la hora de filmar este más que interesante fresco sobre la danza vasca, una obra que pese a su presentación documental esta casi planteada como una ficción y solo provista de bailes y música y rodada en sugerentes localizaciones de Euskal Herria de las que ha extraído una visualidad entre manierista y pictórica más allá del localismo fácil, todo en concordancia con la singular e innovativa manera en la que presenta los diferentes bailes vascos ejecutados por un buen número de dantzaris que se suceden a lo largo de los diferentes segmentos del filme, cada uno con un tipo de baile diferente.   

La película ha tardado varios años en rodarse y ha pasado por dificultades económicas y por ello ha supuesto un esfuerzo técnico bastante grande que al final se ha visto compensado con una excelente película. Telmo Esnal no ha caído en tentaciones antropologístas o folklorístas y ha optado por un punto de vista universal y humanista a la hora de plantear la metáfora central de la película, que es el de la evolución humana a lo largo del tiempo: su relación con los elementos (tierra, fuego, agua y aire), el transcurrir del tiempo a través de las estaciones, el descubrimiento del dominio de la tierra a través del trabajo, y los momentos vitales más significativos como pueden ser el enamoramiento y la boda. La espatadantza, la kaixarranka, el aurresku, e incluso bailes de origen no vasco pero adaptados a la cultura euskalduna como la polka desfilan ante nosotros al acorde de una excelente banda sonora de música tradicional perfectamente casada con unas imágenes poderosas y absorbentes que fluyen con el ritmo de la música y las danzas conformando un todo con poso narrativo en los parámetros que antes hemos descrito. Las Bardenas Reales, Leitza, Zarautz, son algunas de las localizaciones del filme que tampoco desdeña en rodarse en interiores y en lugares que teóricamente podrían chirriar para el espectáculo de la danza pero nada de esto ocurre, si bien al contrario refuerzan el discurso simbólico de lo que estamos viendo. La estética de la puesta en escena-diseño de producción y el vestuario son sencillamente sensacionales con increíbles atuendos de los bailarines y una imaginería que a veces remite a la iconografía de Vicente Ameztoy y otras a los símbolos freudianos pasados por el tamiz surrealista. Un importante número de grupos de baile de Euskal Herria a tomado parte en este proyecto singular y fascinante que conseguirá cautivar incluso a espectadores reticentes al espectáculo de la danza y al cine musical.

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