lunes, febrero 14, 2022

LICORICE PIZZA

 

**** y 1/2

Parece que esto de asomarse a la década los 70 del siglo XX centrando la mirada en el mundo del espectáculo esta siendo una tendencia en el cine estadounidense reforzada por cosas tan acertadas a todos los niveles como Érase una vez en Hollywood (2019) de Quentin Tarantino y en este sentido la nueva película de Paul Thomas Anderson vuelve a incidir en una jugada que no solo se ha revelado como exitosa y rentable sino que también pude resultar, como en este caso, una fórmula para manufacturar un más que estupenda película. No es la primera vez que el director se asoma a la temática del Show Business setentero (su ópera prima Boogie Nights (1997) es ya un ejemplo quintaesencial de la materia), y de hecho ya se puede considerar a Anerson como el director que mejor sabe tratar la pop culture de aquella época, pero en esta ocasión las cotas alcanzadas rozan lo sublime con una comedia-drama inteligente, con múltiples matices temáticos y que sabe adentrarse en géneros- o más bien tópicos- tan “peligrosos” como la historia de un amor complicado o la crónica de maduración adolescente sin caer en absoluto en la ñoñería; todo ello gracias a un soberbio sentido del humor que utilizando dosis justas y estratégicas de ironía y de parodia saca adelante una curiosa historia basada lejanamente en hechos reales en donde además de los elementos antes descritos no falta el homenaje a la industria del cine y la televisión desde una óptica más bien desmitificadora y en cierto modo canalla haciendo mofa y befa de algunos personajes (algunos asaz pintorescos) del Hollywood de principios de los 70.      

La historia esta inspirada libremente en la vida de Gary Koetzman (mutado en este filme como Gary Valentine) un actor adolescente que se reconvirtió en vendedor de colchones de agua y más tarde llegó a ser  un exitoso productor cinematográfico: el jovencísimo pero gran actor Cooper Hoffman le da vida con la intensidad que requiere un personaje más complejo de lo que aparenta en un principio, un chaval de 15 años que en 1973 deseoso de tener más éxito que sus pequeños papeles en la tele y en el cine y contagiado por el cambiante y alocado ambiente del Hollywood de la época se aboca a aparentemente descabelladas ideas y negocios que solo pueden salir de una cabeza adolescente. Pero su relación de amistad-intento de amor con Alana Kane (Alana Haim), una decidida pero poco afortunada joven de 25 años que al igual que Gary trata de aspirar a mayores cotas en su vida personal, dará un considerable vuelco a su percepción existencial y al de ella. La química entre la joven pareja de protagonistas es total y regala no pocos momentos memorables, la mayoría al borde de lo tragicómico o patético pero con un poso de ternura y esperanza, tratados con buen hacer y con original comicidad. Sería injusto omitir que el componente melodramático -especialmente en sus protagonistas-  juega aquí un papel fundamental que la película muestra en momentos clave y sin almíbar impostado.     

Paul Thomas Anderson sigue demostrando que sabe retratar los 70 como nadie - una vez más la ambientación de 1973 es perfecta- y que es un guionista fuera de serie además de un supertotadísimo director de actores, sacando partido de un eficaz cast que incluye a veteranos como Sean Penn interpretando a un trasunto de William Holden con bizarra escena motorizada, el polifacético Tom Waits como un excéntrico cineasta basado en Rex Holden o un descacharrante Bradley Cooper como John Peters, aquel peluquero novio de Barbra Streisand que se convirtió de la noche a la mañana en un peso pesado en la industria del cine y que en este filme tiene alguno de los más memorables momentos del mismo. Más allá de los homenajes y a guiños que se hacen a gente legendaria del showbiz como Lucille Ball (cuya figura pronto será objeto de un filme que se estrenará entre nosotros) o efímeras estrellas infantiles  como Lance Kerwin, y a todo el elemento comediático, Licorice Pizza es todo un canto a las relaciones humanas, a la amistad, al amor y a la superación personal. No se trata de la obra maestra de Anderson, pero termina resultando una de los mejores películas de 2021.     

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