miércoles, octubre 06, 2010

El aparatito de Lumiere - MACHETE



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El norteamericano (aunque el mismo se haga pasar por mexicano) Robert Rodríguez es un director que en su día prometía y mucho con películas como El Mariachi (1992), pero su insistencia en parecerse a Tarantino (con el cual ha colaborado en numerosas ocasiones) y su desconcertante decisión de cultivar en la mayor parte de su carrera un cine más bien comercial (cuando el mismo se vendió a comienzos de su andadura profesional como un cineasta independiente) han terminado por desacreditarle y con merecimiento: en su prolífica filmografía, a parte de su ópera prima, no hay títulos de calidad y su ya cansina seña de identidad consistente en utilizar la violencia exagerada y salvaje de un modo aún más reiterado y sin sentido que su amiguete Quentin Tarantino, resulta ya una señal de que ese es básicamente su único recurso cinematográfico. Y con esta nueva película suya, Machete, no hace más que demostrar de que lo suyo es violencia a raudales, gore, humor negro, latinxplotation y poco más (y cuando se ha alejado de estos parámetros, con filmes para un público familiar, por ejemplo, le ha ido incluso mucho peor), al margen de que sus filmes tengan su irónico e ingenioso punto, tal y como sucede con esta película.    

Machete tiene un origen curioso, ya que el personaje de Daniel Machete, implacable asesino a sueldo mexicano que opera en la frontera tejana, nació de un falso trailer que se veía al comienzo del filme Death Proof  de Quentin Tarantino y que junto con  Planet Terror del propio Rodriguez conformaban aquel extravagante proyecto de 2007 llamado Grindhouse en el cual ambos directores se propusieron recuperar las sesiones dobles de cine B norteamericano con dos peliculillas exhibidas en una misma sesión en EEUU pero por separado en le resto del mundo. Aquel “trailer” de pega hizo bastante gracia al público y a la crítica y Rodríguez ha decidido extender la historia del personaje en un largometraje en cual esta vez Tarantino no tiene nada que ver. El resultado ha sido pelín decepcionante; a pasar de contar con un reparto de estrellas y un guión que pretende ser una crítica despiadada contra las políticas migratorias estadounidenses fundamentalmente en lo que a la inmigración ilegal mexicana se refiere. Machete termina siendo una comedia negra de acción bastante irregular en donde se percibe que a su protagonista, interpretado por Danny Trejo -un actor hispano-estadounidense que llegó a la interpretación de casualidad tras un turbio pasado como delincuente y expresidiario-  le falta verdadero carisma, la prueba es que el peso de la película en realidad lo llevan los secundarios, no él. Sangre, decapitaciones y mutilaciones a tutiplén se suceden en una película donde los mejores momentos son los servidos por toda la trama de corrupción gubernamental y económica y su pintoresca resistencia, con una interesante galería de personajes: un senador racista, corrupto y enemigo acérrimo de los inmigrantes mexicanos (Rober De Niro), un capo narco mexicano de armas tomar (Steven Seagal), un ranger corrupto y psicópata (Don Johnson),  un sinistro empresario multimillonario de intereses poco claros (Jeff Fahey) y su hija putón y caprichosa (Lindsay Lohan), y por el otro lado, una joven  policía de inmigración hispana entre dos aguas (Jessica Alba), una cantinera de armas tomar (Michelle Rodriguez) y un cura poco ortodoxo (Cheech Martin). Tal vez lo mejor de la peli sean precisamente sus personajes y todo su universo, a pesar de que sean más bien esquemáticos y bastante estereotipados. Por lo demás, el tono de comedia negra es bastante simple y muy previsible (sobre todo cuando ya se conoce de que pie cojea este director) y la violencia sanguinolenta y desatada no será desde luego  plato para todos los gustos. El climax del filme también es de lo mejor (espectacular, salvaje y surrealista batalla de los trabajadores ilegales contra la corrupta policía anti inmigración ilegal), pero no consigue de modo alguno salvar una película muy irregular. Un divertimento tan aparatoso como poco trascendente.



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