domingo, noviembre 03, 2024

ANORA

 



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La Palma de Oro del último Cannes se la llevó este curioso y estimulante filme independiente estadounidense cuyas principales cartas de presentación son su honestidad y su inteligencia a la hora de plantear una historia. Sean Baker, director que ya entusiasmó con su The Florida Project (2017) se está revelando como un excelente cronista del lado oscuro del sueño americano y de sus protagonistas demás claro está de un muy hábil y excelente cineasta que al memos por ahora no piensa en renunciar de su condición de director indie con producciones como esta llenas de nombres desconocidos para el gran público pero al fin que y al cabo resultan películas extraordinarias que por si fuera poco pueden congregar a un amplio contingente de público más allá de los consumidores habituales de cine independiente americano. Este octavo filme suyo probablemente marque un antes y un después en su ya dilatada y poco conocida carrera, no en vano se trata de su mejor trabajo: una especie de retorcido y engañoso cuento de hadas que desde el más estricto realismo social empieza como un drama amoroso (vamos, romántico, como siempre se dice) para tornarse después en una comedia alocada y terminar siendo ya un dramón de categoría. Sólo un director muy dotado puede permitirse filigranas estilístico-narrativas de ese calibre y en ese sentido Sean Baker demuestra ser un magnífico narrador que a su modo “engaña” y despista al espectador pero al mismo tiempo mantiene con él una total complicidad haciéndole participe de una historia que con su sustrato amargo y socialmente marginal puede desesperar y entristecer pero muy al contrario lo que hace en ciertos momentos es divertir y también conmover a base de un punto de ternura, aportado principalmente por la situación y las circunstancias a las que se enfrenta su protagonista.

Tratar temas como la prostitución en clubes de Nueva York o el poder de las peligrosas mafias rusas en EEUU es algo que resulta áspero, pero su genial tratamiento en este filme consigue disipar cualquier polémica o sensacionalismo impostado al tiempo que la patina de realismo social (que ya imbuyó el director en cines anteriores suyos) hace que lejos de tomarse a chirigota muchos momentos de comedia (a veces con un tono engañosamente gamberro) todo lo que se nos muestra resulta serio o incluso inquietante. Anora “Annie” (Mikey Madison) es una chica de 23 años que ejerce la prostitución en un club de Brighton Beach, un barrio neoyorquino con una alta cifra de población de origen ruso; poco sabemos de ella y de su familia a parte que ella se muere por salir de su modesta condición económica y de la prostitución; una noche la muchacha conoce a Vanya (Mark Eydelshtein) un joven cliente de 21 años que resulta ser el hijo de una importante familia de capos de la mafia rusa, ambos sienten fascinación el uno por el otro, él le incorpora en su irresponsable y politoxicómano círculo de amistades juveniles hasta que poco después un día en Las Vegas llegan a casarse. Lo que para Annie parecía el comienzo de una nueva vida de lujo en en una enorme mansión además de permitirle abandonar su anterior ocupación pronto se tornará en una pesadilla cuando sepa que la familia de Vanya no aprueba el enlace y que los socios, matones y hentchmen de su padre, rusos y armenios, harán todo lo posible para apartar al inmaduro, consentido e irresponsable niño rico de Anora, sobrepasada por la situación.

Resulta una simplificación bastante burda el tratar de reducir este filme a una comedia de enredos o un filme sobre mafias, Anora es una película que ofreciendo un anti Pretty Woman trata de reflejar algunas realidades poco edificantes de la actualidad (las contradicciones de la prostitución, el consumo de drogas, la falta de perspectiva y valores de un sector de la juventud, la cultura del dinero fácil, la hipocresía social) tratando de hacer pensar al espectador además de conmoverle en algunos momentos, especialmente en lo más amargos tragos (aunque algunos a primera vista resulten más bien cómicos) de Annie, una joven que en su inocencia cree haber salido de la mediocridad y se ha metido en realidad en un buen berenjenal por confiar en la persona equivocada: Mikey Madison es un descubrimiento total, mueva ella sola gran parte de la película y desde luego que esta chavala puede llegar a ser una gran actriz. El resto del reparto también está estupendo, con una buena nómina de actores rusos y armenios que se adueñan del segmento más de comedia de la cinta, destacando Karren Karagulian, Vache Tovmasyan y Yura Borisov. Mark Eydelshtein, una especie de Timothée Chalamet ruso, también está sensacional en su descacharrante rol de cabezaloca y detestable joven heredero. Todo funciona como un tiro en esta película que no debería pasar desapercibida en cartelera y de hecho tengo el convencimiento particular de que no lo va a hacer.


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